sábado, 6 de diciembre de 2014

Infierno fiscal 1ª parte: El origen del mal



No hemos sido buenos, hemos sido avariciosos y sinceramente, lo hemos querido todo. Hemos visto como deseable la idea de que podíamos subir los impuestos a todos aquellos quienes no fuesen uno mismo, hemos pecado de ingenuidad. Y es que al intentar esa subida en la que pensábamos “ya le tocará a otro” no hicimos sino engañarnos, y entre ingenuidad y avaricia hemos construido un súper Estado con la potestad de imponer cualquier impuesto que quiera, impuestos por la necesidad de financiarse, impuestos para modificar nuestras conductas, impuestos que pueden ir a voluntad de los políticos del momento según sus propósito o beneficio. La consecuencia de esto además, es darle al Estado más y más competencias, es imposible que con la mitad de nuestra renta nos hagamos cargo de la totalidad de nuestras necesidades o gastos y hemos dejado que el Estado se haya ocupado de esto con su monopolio irrevocable que conlleva ineficiencias e imposibilidad de competencia.


De esta manera, vamos a proceder a analizar conceptualmente los impuestos más importantes en este país: el impuesto sobre la renta o IRPF, impuesto al consumo o IVA, las cotizaciones a la Seguridad Social y el impuesto de sociedades.

            -IRPF: este impuesto va ligado al trabajo, retiene una parte del sueldo del trabajador. De esta manera, el Estado se apropia de manera unilateral del trabajo del ciudadano sin preguntar a éste si desea financiarlo, si está de acuerdo con los servicios que presta el Estado con su dinero (recordemos guerras, corrupción, gestiones ineficientes, burocracia…) o si incluso no se siente parte de este Estado. La pregunta que cabe hacerse ante este abuso ante el ciudadano es dónde está la línea donde pueden dejar de arrebatar el trabajo del ciudadano, es decir, a partir de qué nivel dejamos de entregar nuestro trabajo al Estado, es decir a partir de qué momento dejamos de realizar unos trabajos forzados y comenzamos a trabajar para nosotros mismos.

            -IVA: este es el famoso impuesto al consumo, popular en los últimos tiempos por las modificaciones sufridas que siguiendo la tónica del PP en España, han seguido ahogando al ciudadano. Sin embargo, este es el único impuesto al que le veo una cualidad a la hora de ser recaudado, y es que su imposición penaliza el consumo (cualquier impuesto penaliza la actividad que grave), beneficiando indirectamente el ahorro. Sin embargo, de nuevo parece la apropiación del Estado en una actividad económica tan simple como es el intercambio de bienes, en el que el Estado realiza su intromisión habitual para su propia financiación. Y es que si lo pensamos bien, ¿por qué la compra de una camisa debe suponerme el pago de un elevado impuesto?

            -Cotizaciones a la Seguridad Social: este impuesto puede decirse que es distinto al resto, puede parecer el menos perjudicial o incluso podría decirse que es deseable. ¿Quién no quiere tener sus gastos sanitarios, de desempleo y de pensiones cubiertos? Un gasto que cualquiera medianamente normal realizaría, sin embargo, ¿por qué e Estado me obliga a elegir su propia sanidad, servicio de pensiones o prestación de desempleo sin preguntarme? ¿A qué ese privilegio sobre el resto? ¿No será deseable disponer de ese dinero para algún seguro privado que pueda beneficiarme más?

            -Impuesto sobre sociedades: este impuesto podría verse igual de injustificado que el que grava la renta, y es que en lugar de apropiarse del trabajo de un solo ciudadano, se apropia del trabajo de todo un conjunto. Puede que éste sea de los más perjudiciales económicamente hablando, ya que reduce las posibilidades de las empresas de crecer y seguir creando empleos que enriquezcan a la sociedad.

Me gustaría recalcar que en la lectura de este artículo pensásemos en nuestro bolsillo, en como afecta a su sueldo, a su vida en general. Esta vista de la situación nos hace ver que realmente la recaudación de impuestos no es realmente moral en sí misma, ya que las vías usadas se manifiestan claramente injustas debido a la apropiación del Estado unilateralmente del esfuerzo del trabajador y su intromisión en la vida del ciudadano tanto en lo que pueda producir, como en lo que pueda gastar.

Además de los motivos funcionales que nos pueden llevar a querer bajar los impuestos, que al final siempre resulta beneficioso para la economía, se une también una cuestión moral: la de no arrebatar al ciudadano su trabajo, no verse despojado de lo que es suyo. Así, de esto podemos sacar una conclusión clara y concisa: los impuestos deben ser los menores posibles, el apoderamiento del Estado sobre el trabajo del ciudadano debe ser la estrictamente necesaria para evitar el vaciamiento del bolsillo del ciudadano, del trabajador, del nuestro propio. Esta es la vía para evitar que la mitad de lo que producimos se nos vaya sin tan siquiera poder verlo, es la vía para salir de este infierno fiscal.


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